Posesión de muertos: exorcismos
Relatos del obispo Manuel Adolfo Acuña, experimentado exorcista, lleva décadas haciendo exorcismos, enfrentándose a entidades demoníacas, este artículo se basa en su libro " combate contra el mal".
Aquí veremos algunos relatos de las llamadas posesiones de muertos. Sostengo que cada vez es más fina la frontera que separa lo visible de lo invisible, de ahí que hoy se puedan captar con aparatos especiales los sonidos, descifrarlos para interpretar el mensaje que contienen, encontrar en ellos el profundo sentido de los mantras y su repetición para favorecer la meditación y a través de ella incluso la salud. También se han hecho posibles las psicofonías, aun como eco en el tiempo, si se quiere –que algunos sostienen tuvieron su origen en experimentos en laboratorios de la Compañía de Jesús, conocida como los jesuitas–, conocer mejor el valor vibracional de los colores y su uso en la cromoarmonización, captar fotográficamente en forma detallada imágenes que el ojo humano parece no percibir inmediatamente, bucear en los misterios de la física cuántica, del viaje en el tiempo –donde curiosamente tuvo un protagonismo importantísimo el exorcista y religioso Benedictino Marcello Pellegrino Ernetti (1925-1994), acusado de fraude por sus detractores, a causa de su descubrimiento del cronovisor, pero cuyo hallazgo tal vez merezca mayor investigación–, indagar en la interpretación de los sueños, el valor del inconsciente y la influencia del mundo espiritual en ellos, medir la energía emitida en la imposición de manos (energía también presente en las plantas) y su apreciación para la curación de enfermedades, etc.
Y esta sutil frontera se amplía a otros campos, donde todo parece interconectado, sin lugar para el vacío y capaz de manifestarse desde aquel plano, el sutil, a este, el plano denso. «Porque en él vivimos, nos movemos y somos», como dice el Libro de los Hechos de los Apóstoles, cap. 17:28, en relación a nuestra existencia y Dios.
Obispo Manuel Acuña |
La vida de un endemoniado: Así, la vida tras esta vida, que antes era solamente un principio de fe, hoy paulatinamente se va confirmando por la relación de las diversas dimensiones de la misma en el entramado del universo. El mundo espiritual está entre nosotros; en otra dimensión, pero entre nosotros. Como dice San Pablo cuando habla de los Principados y las Potestades en la guerra espiritual, «se mueven en los aires». Los «aires», entonces, es el lugar (cfr. Carta a los Efesios, 6:12). Así, los demonios se mueven en los aires, contrariamente a lo que muchos creen, que habitan en el infierno. Este lo reservan para los condenados que han demonizado sus almas o se han perdido en el engaño provocado por ellos, o con ellos han pactado, como también con los que, sin arrepentirse, murieron renegando de su Creador. Mi experiencia señala que hay jerarquías que los demonios comparten con los espíritus demonizados más temibles en el mundo infernal, por lo que también se mueven en los aires, y que estos son capaces de poseer a los seres humanos, tal y como lo son los demonios.
Curiosamente, una de las posesiones más difundidas en el mundo por la repercusión obtenida en el mismo momento de su trágico desenlace nos menciona la posesión de muertos, en cuyas vidas estuvo a su vez presente la inspiración satánica. Me refiero al exorcismo de Anneliese Michel (1952-1976), conocido en el cine como El exorcismo de Emily Rose. Los muertos revelados por la posesa en el momento de su exorcismo fueron nada menos que Caín, Judas Iscariote (el traidor), Nerón, Hitler, Fleischman (un sacerdote renegado que vivió en el siglo XVI, de quien se supone mató a una persona y vivió lujuriosamente), junto al mismísimo Lucifer. No queda claro si realmente el demonio Legión formó parte de esta tremenda posesión expiatoria.
Anneliese Michel |
Antes de avanzar sobre la posesión de muertos, quiero destacar que este –el de Anneliese– no fue un exorcismo fallido. Algunos detractores de la Iglesia y de los exorcismos en particular han titulado de este modo sus supuestas investigaciones sin tener presente que existe una forma expiatoria de posesión que es distinta a todas las demás. La posesión expiatoria se da para que el mundo conozca la realidad de la existencia del demonio, o por algún pecado colectivo que viene a denunciar la posesión, y que no acabará hasta que cese y se conviertan de dicho pecado.
La posesión de Anneliese pudo culminar cuando la Santísima Virgen se le apareció y le dijo que podía partir con ella al cielo o permanecer posesa hasta el fin de sus días, manifestando de esta manera la existencia de lo diabólico y la necesidad de que el ser humano vuelva su corazón a Dios.
Ella elige lo segundo y recibe en ese mismo momento los estigmas del Señor Jesucristo, esto es, las marcas de su Pasión en las manos y los pies. Sin embargo, no faltó quien dijo que esas marcas fueron fruto de las heridas cortantes producidas por un alambre de púas que rodeaba su casa familiar, pero tampoco puede darse la certeza de que dichos alambres estuvieran relacionados con esas marcas, reservadas a muy pocos en la historia de la santidad.
Michel permaneció posesa hasta su muerte como señal de expiación; de esta manera, ningún ritual alcanzaría la eficacia esperada, pues toda ella, joven y frágil, era una señal viviente de la realidad del mundo espiritual. Es sabido que hoy hay visitas a la tumba de la joven para orar por sanidad. Pero es importante saber que no fue un exorcismo fallido ni mucho menos. Creo que la difusión que alcanzó la historia de Anneliese es parte del plan que Dios tenía sobre ella para que se difundiera el sentido de tal prueba en su vida. Si de tal magnitud fue dicha posesión y la misma nos testimonia la presencia de muertos condenados, ha de ser posible entonces la posesión de muertos, aunque –repito– algunos no la quieran reconocer. Tal vez porque no se encontraron nunca con uno.
Otro testimonio empieza con la visita que me hicieron una joven y su padre. Ella tenía en aquel momento alrededor de veintiocho años. Ambos venían de un largo viaje en busca del exorcismo. Desde Perú a Argentina, este padre acompañaba a su hija anhelando su liberación espiritual.
Ella no sabía cuál era la razón de sus pesadillas y la presencia que sentía constantemente cerca desde los dieciséis años. Los profesionales no habían podido diagnosticar ninguna enfermedad, pero en el momento de visitarnos tomaba remedios para la ansiedad. Despertaba a las tres de la mañana prácticamente todos los días. La interrupción del sueño hacía agotador su día y la sensación de desgana por todo la inundaba cada vez más. Tras doce años de sufrimiento constante, comenzaban a invadirle ideas de muerte. En verdad, su padre y toda la familia que había dejado en su patria temían por su vida. Entendieron que esta era la última oportunidad para que una solución, directamente de parte de Dios, llegara a su familiar atormentada. La comunicación previa sostenida con el padre y la madre nos había proporcionado los datos suficientes como para constatar que en verdad la joven era víctima de una posesión, o al menos de una vejación diabólica, y por eso le pedimos que viajaran para el ritual.
Cuello quebrado: Con el equipo presente comenzó el exorcismo; en el momento de las invocaciones a los santos ángeles, empezó con el gesto que antecede a toda manifestación. Por mi experiencia ese gesto es el de frotarse los dedos de las manos, cada vez a más velocidad. Por ello observo con atención las manos tendidas a los lados de la persona agobiada, cuando está tendida en la colchoneta en el suelo de la parroquia y comienzan las oraciones. Esto se lo he enseñado también a los miembros de mi equipo exorcístico. Listos para la manifestación feroz que sigue a este gesto, nos llevamos una gran sorpresa al ver cómo todo su cuerpo comenzaba a ponerse en una posición muy especial: ¡su cabeza tendía hacia un lado, parecía tener el cuello quebrado! Sus manos se abrieron como yacentes a los lados, los pies parecían colgar en el aire. Era muy difícil que ese gesto fuera natural en una persona en posición horizontal. ¡Parecía mecerse en el aire como quien está colgado!
Todos los integrantes del equipo nos miramos –mientras orábamos en voz alta– a ver si veíamos lo mismo, y así era. ¡Supe que estaba delante de Judas Iscariote, muerto por su propia mano, colgado después de la traición! Solamente faltaba que se hiciera visible la soga, pero el cuello de la mujer expresaba claramente un desafío a las leyes naturales. Remarco: de costado y como quebrado por el peso del cuerpo por efecto del ahorcamiento. Mencioné su nombre. La furia se desató con gritos que salían de la garganta de la mujer, con los ojos cerrados todo el tiempo. El hedor de la muerte inundó la iglesia. ¡Judas Iscariote es un condenado, sin duda! Y allí se había hecho presente. Uno de los espíritus demonizados que atormentaron a Annaliese Michel estaba en aquella joven mujer desde su adolescencia. Recuerdo que su expulsión fue impresionante. El grito ensordecedor inundó el templo como pocas veces escuché. El olor nauseabundo ya no se percibía. Luego, seguimos con las oraciones y el sellado, para asegurarnos de que nadie más estaba escondiéndose en la mujer. La partida de este padre y esta hija a su amado Perú fue muy emotiva. Todo para la Gloria de Dios.
Respecto a la hora, tres de la mañana, quiero destacar que no es hora que simule las tres de la mañana de aquel Viernes Santo, considerada la hora de la muerte de Jesús el Cristo. Hay quienes dicen que por eso es «hora satánica ». Dios no permite que se imite nada de la Pasión Santa de su Hijo, ni sus llagas pueden ser reproducidas por los demonios, ni las horas remedarse. Las tres de la mañana es la hora en la que Judas Iscariote sella el contrato para entregar al Inocente a las manos del Sanedrín. Es la hora en la que el traidor recibe las treinta monedas de plata (con las que después de su suicidio el Sanedrín compraría el llamado «campo de muerte»), el precio por entregar a su Señor y Maestro. Es la hora de su acuerdo con el diablo. ¡Por eso la joven de la que anteriormente hablamos se despertaba a las tres de la mañana prácticamente todos los días! Cada exorcismo es distinto. La posesión debe ser analizada en cada caso en particular con esmerada atención.
Niño asesinado: Hace muy poco tiempo, menos de un año, que una familia vino a visitarme con su joven hija, a la que denominaremos L. Tiene quince años y sus padres, buenas personas y muy trabajadoras, gastaban mucho dinero en la atención de su salud. Aun así, no había explicación sobre lo que estaba viviendo desde hacía unos días. Decía ver a una persona y conversar con ella. No era un amigo imaginario. Le pregunté dónde estaba en el preciso momento de nuestra charla; si la había acompañado o no. Me respondió que estaba en su cabeza.
Comenzamos a grabar la conversación con disimulo, pero al instante ella nos advierte que se está dando cuenta de que la grabamos. Pedí conversar con quien estaba dentro de su cabeza, según sus propias palabras. En mis archivos está todo el contenido de esta conversación en tiempo real. Dicho fantasma –hasta ese momento no podía llamarlo de otro modo; además debía definir si ciertamente estaba dentro de ella– primero dijo ser mayor (cuarenta años) y dio su nombre. Le llamaremos A. El Espíritu Santo, en discernimiento, me señaló que mentía sobre su edad, aunque no mentía sobre su nombre.
Volví a preguntar y entonces me dijo que tenía veinte años. «Pero a lo mejor le miento», dijo con mirada pícara. «Cierto, me estás mintiendo otra vez», sentencié. Al final, me dijo la verdad: A. tenía apenas diez años. ¡Estaba sosteniendo una conversación con un muerto! Los padres, sorprendidos, miraban a la niña con los ojos bien abiertos.
–Me gusta estar en su cabeza, pues puedo ver sus recuerdos, algunos que ella misma olvidó, y recorro su memoria –dijo A.
–¿Por qué la elegiste a ella?
–Porque es buena –contestó inmediatamente– y con ella me voy a ir al cielo.
La presente no es la transcripción exacta de mis grabaciones, pero resume lo más importante de la conversación. Este espíritu errante –no fantasma, pues no tenía misión que cumplir– quería ser llevado al cielo utilizando como vehículo a la niña. Para ello debía disponer de su vida. En varios momentos de la charla, el niño lloraba amargamente. Dejé que lo hiciera, hasta el momento en que consideré oportuno preguntarle:
–¿Por qué lloras?
–Porque mi mamá me mató –contestó con toda presteza. Y agregó–: Yo envidio a L. porque sus padres son buenos y la quieren. ¡Mi mamá no me quiso! ¡¡Me mató!! –y mirándome con una mirada de absoluta angustia me preguntó–: ¿Por qué mi mamá no me quería?
El muerto con el que hablaba era un niño asesinado por su propia madre.
–A lo mejor le miento… –me dijo provocándome, y agregó–: ¡No quiero llorar, soy muy chiquito! Mi mamá todavía vive –me dijo en tono de intimidad– y a veces la visito para preguntarle por qué me mató y me contesta: ¡no existes!
Muertos errantes: Llegados a ese punto, tuve la firme convicción de aquello que antes suponía: los muertos errantes visitan también en sueños a sus familiares, pero no para llevarles tranquilidad, como sería la visita de un espíritu protector o uno de sus ángeles, sino para inquietar. Cada vez que se quebraba en llantos, temía que se fuera dentro de la niña y no hablara más conmigo. Un suspiro fuerte y como de alguien que se aleja acompañaba su congoja. Pedí a Dios que me permitiera seguir para definir el grado de compromiso espiritual que había alcanzado este espíritu en la niña: posesión o vejación. De pronto comenzó a decir que había vivido cerca de donde vivía también L.
¡Sí, A. estuvo en aquel barrio! Esto fue un dato importantísimo para saber por qué L. era víctima de él y, además, para aprender que los errantes no pueden alejarse demasiado de los lugares que conocieron en vida.
–Yo andaba en bicicleta por el barrio –dijo A.–, pero un día no anduve más.
La familia, asombrada, afirmó que hubo un niño del que nunca más se supo en el barrio hacía muchos años, y que de él L. no podía tener conocimiento.
–No me gusta bañarme –dijo A.
Los padres comentan entonces que hacía dos semanas que L. se resistía a bañarse, influencia que llegaba desde el niño, a estas alturas, poseyendo a la pequeña L., según podía deducir. Fue cuando hablamos del mundo de la luz. Le hablé a A. del amor de Dios, que es un Papá bueno, y de María, la Madre que nunca dejaría de amarlo y que le esperaban en el cielo, y le pregunté si quería ir con ellos. Me insistió en que L. debía ir con él.
–Porque ella es buena.
El hecho de un niño no querido que culmina creyendo que fue malo... Al final, cuando todos le aseguramos que se encontraría con Dios si nos dejaba ayudarlo, con mucha ternura preguntó:
–Lo que me van a hacer, ¿le va a doler a L.?
–No, nada le dolerá.
–¿Va a tardar mucho?
–No si tú estás decidido a conocer a Dios.
Procedimos al exorcismo inmediatamente. Nunca vi gestos tan tiernos en medio de un exorcismo. ¡L. ayudaba a A.! y, mientras rezábamos, conversaba con él para decirle que ya estaba ahí la luz sobre la que tenía que subirse para encontrarse con Dios.
–¡Anda!, Dios te ama y te espera.
L. extendió sus brazos hacia el cielo y se oyó un suave suspiro salir de su boca. Fue la señal de la partida de A.
Alma liberada: Aquella posesión –pues eso fue intentando no solamente permanecer en L. (en su mente), sino también queriendo crear nuevos hábitos en ella, de modo que se pareciera cada vez más a él (ejemplo de la resistencia al aseo)– culminó en la partida hacia la eternidad de un alma errante, inocente, asesinada por quien más debía protegerla y que, sin embargo, no lo hizo. Ahora A. descansa en la luz que no tiene fin. En este caso, no nos enfrentamos al demonio, no libramos una batalla feroz y directa con él, pero este también es el ministerio del exorcista: ayudar a que un espíritu encuentre la luz, a que se terminen para él, para ella, las lágrimas del dolor sufrido en esta vida, seguro siempre de que la última Palabra de Dios es la definitiva, es vida y salvación para sus criaturas. Así comencé este apartado y así quiero culminarlo: el mundo espiritual está entre nosotros, en otra dimensión, pero entre nosotros.
Biografía de un exorcista: El Padre Obispo Manuel Adolfo Acuña, autor de Combate contra el mal (Luciérnaga, 2021), se convirtió en el primer exorcista latinoamericano presente en la Mesa Ecuménica del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum en Roma durante la Cumbre de Exorcistas. En la actualidad es titular nacional de la Iglesia Carismática Luterana Independiente y arzobispo de la Asociación de Iglesias Luteranas Independientes Hispanohablantes, compaginando su compromiso como sacerdote y obispo con la lucha contra el Mal. Hasta la fecha ha llevado a cabo más de 1.200 exorcismos, tanto en España como el Latinoamérica. Posee un Doctorado en Divinidad y es fundador de la Primera Escuela de Exorcismo y Liberación de América Latina, y de la Escuela de Formación Espiritual que prepara los primeros consultores exorcísticos de América Latina, Asimismo, dicta cursos de Eneagramas –los nueve rostros de Dios en el alma humana– y ofrece un especial entrenamiento para asesores en discernimiento espiritual.
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